jueves, 8 de enero de 2009

Lectura Lucas 4: 16 –19
Por Vladimir Orellana Cárcamo
Domingo 19 de octubre, 2008.


El pasaje bíblico que sustenta la presente reflexión nos refiere el ingreso de Jesús, a inicios de su ministerio, a una sinagoga (casa judía donde se oraba y se enseñaba la ley) En ese lugar, el Señor lee una gloriosa profecía que sobre él, escribiera tiempo atrás Isaías. En la lectura del Libro de la ley, que Jesús realiza, revela a los asistentes, el propósito por el cual, el Padre Celestial, lo había enviado a las tierra. Entre las finalidades del porqué el Mesías vino del cielo a este planeta irredento, destacan las siguientes: para anunciar buenas nuevas a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón, pregonar libertad a los cautivos, dar vista a los ciegos y a liberar a los oprimidos.

Hoy en día, el Señor, desea que sus seguidores prosigan anunciando las “buenas nuevas de salvación” en primer lugar en su país de origen, y en segunda instancia, fuera de las fronteras patrias, principalmente en aquellos pueblos, donde sus habitantes no han experimentado el amor de Cristo. Todos los que hemos creído en Cristo y le hemos recibido como Salvador, debemos convertirnos en misioneros de su Palabra redentora.

El anhelo por las misiones, según se sostienen algunos, “nació del corazón de Dios”. Además se puede decir que el amor del Todopoderoso hacia los perdidos brota de lo más profundo de su ser. Por consiguiente, la iglesia, debe poseer la sensibilidad por las personas que vagan sin fe, y sin esperanza por los senderos inciertos del mundo.

Si un creyente experimenta “pasión” por compartir el evangelio, no sólo en el púlpito de la iglesia, sino que también en su lugar de estudio, de trabajo o en su vecindad, se puede afirmar que dicha persona se encuentra en sintonía con Dios. Ahora bien, la persona a quien el Altísimo llame para cumplir la “misión” evangelizadora, es obvio, que contará con respaldo divino.

Por otra parte, las iglesias a través de los Comités de Misiones deben estimular a la congregación para involucrarse y comprometerse con los valores del evangelio. Con respecto a las formas de apoyo que se pueden brindar a los hermanos y hermanas, a quienes el Padre Celestial haya depositado “pasión por las personas aún no alcanzadas” con el mensaje de la cruz, se pueden implementar las siguientes:

1) Orar para que Dios llene con su Santo Espíritu a los obreros que irán a las comunidades de nuestro país a compartir el “pan de vida eterna”, como también a favor de aquellos que viajarán a otros países, donde las verdades del cristianismo son desconocidas ; por ejemplo, India, y comunidades musulmanas).

2) Desarrollar Semanas Misioneras dentro de la iglesia, “en las reuniones de la misma podrían entregarse tarjetas de promesas a los asistentes, para engrandecer el fondo misionero local y nacional” aconsejan los expertos en promoción misionera.

3) Clamar para que los misioneros en las tierras lejanas en donde desarrollarán su ministerio, tengan la unción del Cielo para que su prédica pueda llevar consuelo a las almas afligidas, y además para que puedan sanar la ceguera espiritual de las personas que nunca han visto la luz que señala el camino a la salvación y a la vida eterna.

Estimados hermanos, uno de los indicadores que señalan si una iglesia está viva es el amor que siente por las almas perdidas. Una congregación podrá tener un hermoso edificio, contar con un excelente coro intérprete de música sacra, asimismo pudiera ser dirigida por un ministro de sólida formación teológica, con dotes de elocuente orador. Además pudiera estar constituida por feligreses muy respetuosos, atentos a los sermones de su pastor. Sin embargo, si en esa organización eclesiástica no palpita el amor por las misiones ( es decir, por cumplir con la gran comisión de Cristo Marcos 16: 15) se puede sostener que esa iglesia está muerta.

¡Seamos una iglesia viva! estemos en sintonía con el corazón de Dios. ¡Apoyemos las misiones!